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FITECA: arte y expresión urbanística que nace del pueblo

Por Jazmin Bianchi Rodríguez

“Aquí el arte se respira, se siente en la piel”, comenta una vecina mientras un grupo de zanqueros pasa desfilando a su lado. Son las dos de la tarde y el estruendo de los grupos de batucadas aporreando tarolas y napoleones invade cada conversación, cada pensamiento y cada rincón de este recodo cultural en Comas conocido como La Balanza.

Por estas calles, el barrio ha acogido el color y la creatividad como carta de presentación. La Fiesta Internacional de Teatro en Calles Abiertas (FITECA) inició su recorrido en 2002; aunque principalmente está vinculada al arte escénico y la cultura comunitaria, también guarda una relación significativa con la arquitectura, especialmente en el contexto del espacio público y el urbanismo.

Jorge Rodríguez es la voz que articula FITECA. Su visión retrata un legado que comparte cada año. “Siempre hubo un impulso por hacer que las expresiones artísticas resonaran con el lugar que nos vio nacer”, dice.

A su vez, Rodríguez no duda en señalar un aspecto crucial para su crecimiento: la necesidad urgente de un mayor involucramiento gubernamental. Con convicción afirma que “el arte inspira, se sobrepone ante la delincuencia y cultiva valores en un entorno positivo”.

Su voz se torna crítica al evidenciar un vacío que dificulta la labor de quienes, con esfuerzo vecinal, levantan esta fiesta cultural. “Se necesita movilidad para los artistas, equipos de sonido y otros elementos para que la fiesta se siga llevando a cabo”, agrega. A pesar de estas dificultades, la comunidad ha demostrado su capacidad para sostener la iniciativa con sus propios medios.

Para muchos creadores, verse inmersos en FITECA se revela como un choque artístico que marca un antes y un después. Es el caso del arquitecto Javier Vera, quien se sumergió en Balanza participando activamente y escuchando a los vecinos.

En 2007 se desarrolló el Proyecto Fitekantropus, concebido como una iniciativa experimental para investigar las dinámicas de la vida barrial mediante la intervención en el espacio público. “Al principio no teníamos un proyecto definido, solo las ganas de hacer algo con arquitectura en la ciudad”, dice Vera. “A esa etapa le llamamos ‘de inmersión’: fue un momento de aprender haciendo, donde tuvimos que soltar ideas que traíamos de la universidad y abrirnos a lo que la gente y el lugar nos enseñaban”.

Vera explica que fue importante involucrarse con la comunidad y formar parte del conflicto barrial para poder empezar a buscar y brindar soluciones, y recién ahí, empezar a diseñar. Cada integrante de Fitekantropus se convirtió en un agente político, logrando la transformación del espacio. “La teoría por sí sola no basta; el verdadero aprendizaje surge del diálogo constante entre el conocimiento académico y la realidad del campo,” indica.

“Nuestra experiencia en la Balanza nos permitió aprender a mirar de una forma diferente, menos estática. Entender que la dinámica de las personas y el espacio son parte de lo mismo. Agudizar las habilidades blandas para poder mirar de otra manera. El acercamiento a la comunidad nos ayudó a valorar el conflicto y a entender que la crisis de la noción del espacio público es, en parte, el no saber afrontar el conflicto urbano, lo cual es causante de la fragmentación”.

A partir de FITECA nace la idea de reivindicación por parte de los vecinos, en donde mediante murales se dice “la calle es la casa de la cultura” “la cultura de la calle es positiva”. Aún siguen luchando por crear los “Barrios Culturales”.

 

Murales arriba

En la explanada donde se desarrollarán las actividades centrales de la jornada, uno se encuentra con enormes murales que reflejan las experiencias de artistas dentro y fuera de la comunidad local. Desde Fortaleza, Brasil, Hirlan Moura llegó a Lima para plasmar su arte. Apenas pisó Comas, la energía de la gente en La Balanza lo conquistó. “Es mi primera FITECA y lo que más me impactó es la entrega de la comunidad al igual que la música que inunda todo el barrio”, dice el artista, centrado en la esencia del encuentro.

Así, igual que Hirlan, el evento también convoca a creadores que han sido testigos de su transformación a lo largo de los años. Wilder Ramos, miembro del colectivo C.H.O.L.O., es uno de esos pioneros cuya presencia se remonta por los inicios del festival, allá por 2005.

Su mural palpita al ritmo de la memoria barrial. El artista, hijo de la tradición andina, retrata en sus creaciones la conciencia colectiva, rescatando las sonoridades del quechua, como en su obra “Yuliari Canchi” (Somos memoria), donde la imagen de una madre gestante inspira el retorno a los orígenes. Para él, la fuerza del mensaje es el dialogo con la identidad ancestral. “Como hijos de migrantes andinos, nuestro arte se esfuerza por integrar esa rica herencia en cada una de nuestras manifestaciones”, explica Wilder.

 

Butacadas y estruendo

Desde San Juan de Lurigancho llega Tambores al Aire, una agrupación liderada por Rodrigo Lozada, artista y profesor que ha sido testigo del crecimiento de Fiteca, especialmente del protagonismo de las batucadas.

Entre las baquetas que resuenan con especial energía se encuentran los pequeños Ian, de tan solo 9 años, y Thiago, con 12 que siguen marcando el ritmo de un legado musical transmitido por su padre, Rodrigo. “En San Juan, a pesar de ser el distrito más poblado de Lima, no hay muchos escenarios para la libre expresión artística”, dice Lozada.

Takibatu es otra vibrante agrupación que, desde Huacho, se presenta bajo la guía del artista Anthony Colina. Ellos conjugan la fuerza de sus bombos con la samba y el reggae y sus vestimentas están compuestas por símbolos tribales que hacen referencia a culturas milenarias como Caral y Chancay.

 

Elevándose sobre la multitud se encuentran los zanqueros. Desde las tierras de Lurín, donde la historia se entrelaza con la naturaleza, el colectivo Circomuna se hace presente en la escena con una propuesta sobre la fauna peruana. Su arte circense cobra vida a través de elementos animales que nos conectan con la riqueza de nuestra vida silvestre.

Siguiendo con el recorrido del pasacalle, la atención se posa en Paratíteres, un elenco de jóvenes inmersos desde temprana edad en el arte de los zancos. “Mi hijo los maneja con destreza”, comenta con orgullo un vecino del barrio. El pequeño no pasaba los siete años y se balanceaba con maestría.

 

Paso de muñecones 

Mientras FITECA estaba en su apogeo, una aparición singular capturaba las miradas: un muñecón gigante de Frida Kahlo.

Edmundo Torres es el artista que nos recuerda la tradición de los “gigantes y cabezudos”. Él cuenta cómo estas figuras, portadoras de leyendas y símbolos, alguna vez recorrieron con vitalidad los caminos de América. “Hoy su presencia se ha reducido a vestigios dispersos, resistiendo apenas en Nicaragua y el sur de México”, comenta el artista.

El espíritu de FITECA seguirá latiendo en cada mural, en cada joven artista y en cada corazón que ha sido tocado por este encuentro. La Balanza seguirá siendo el barrio donde el arte se respira, se siente y, sobre todo, se vive en comunidad.