Capital de formas y contrastes
A mediados del siglo XX, los arquitectos Lúcio Costa y Óscar Niemeyer concibieron la ciudad que reemplazaría a Río de Janeiro como nueva capital de Brasil. Construida en solo tres años, Brasilia fue un sueño heredero de las ideas de Le Corbusier que cobró vida propia fuera de los cálculos de sus autores. Hoy con casi tres millones de habitantes, la sede del Estado Brasileño perfila el legado de los aciertos y errores de su creación, así como de su innegable belleza.
“Brasilia sigue resonando en el espectro de la arquitectura y el urbanismo por lo que significó la oportunidad de construir una utopía, y esa utopía tiene una forma muy definida de arquitectura”, dice Paulo Dam, decano de la Facultad de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). “Primero, nos interpela sobre la posibilidad de construir una ciudad desde cero y sobre cuáles son las condiciones para la construcción de dicha ciudad. ¿Se puede hacer desde la democracia? ¿Se necesita de una dimensión más unificada, más totalitaria del poder? Yo creo que esa es una pregunta. Nos interpela también sobre la idea de un arquitecto como autor de una ciudad”.
Fue bajo el gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-1961) que se tomó la decisión de llevar a cabo el viejo anhelo –propuesto desde el s. XVII– de sacar la capital de ciudades costeras como Salvador de Bahía y Rio de Janeiro y llevarla al interior de Brasil. Los motivos oscilaban entre la necesidad de poblar ese mismo interior para conectarlo con el resto del país, además de tener una capital menos expuesta a ataques marítimos, invasiones y revoluciones. Se eligió una extensa meseta ubicada al sureste del estado de Goiás y en 1957 un jurado internacional eligió el proyecto del arquitecto y urbanista Lúcio Costa, educado en Inglaterra y Suiza, de temperamento flamígero de Le Corbusier, quien sería el autor del “Plano Piloto de Brasilia”: el área nuclear, en forma de cruz arqueada invertida o acaso de avión, de la nueva capital.
Con Costa vino Oscar Niemeyer, otro arquitecto aún más influido por Le Corbusier quien se encargó de la construcción misma de la ciudad y de sus principales edificios, diseñados con un estilo opuesto a las líneas rectas. De hecho, una de las citas más conocidas de Niemeyer, y que explica mucho de su filosofía, dice a la letra “no es el ángulo oblicuo lo que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer querida. De curvas está hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein”. Para darle forma física a las inspiraciones de Niemeyer estuvo Joaquim Cardozo, ingeniero estructural y hombre de vasta cultura quien hizo los cálculos necesarios y cuya labor revolucionó la concepción estructural del cemento armado.
Ciudad monumental
“El esfuerzo logístico para construir Brasilia fue colosal, involucrando al gobierno, empresas y la sociedad civil”, explica Clemente Baena Soares, embajador de Brasil en el Perú. “La realidad es que edificar la ciudad fue parte de un proyecto aún más amplio: Kubitschek estableció un sistema de 30 metas para su gobierno, cuyo lema era avanzar ‘50 años en 5’. Estas metas incluían aspectos como incrementar la generación de energía eléctrica, expandir la red de transportes y aumentar la producción industrial. Brasilia fue la ‘meta síntesis’ de todo el gobierno, siendo al mismo tiempo símbolo y resultado del cumplimiento de los demás objetivos”.
La construcción, que se extendió por 41 meses, necesitó más de 60 mil operarios, costó US$ 1,500 millones –lo que hoy equivaldría a unos US$ 16,000 millones–, y se esperaba inicialmente que vivieran allí medio millón de personas. Hoy ocupa 5,832 km2. En su origen, se intentaron eliminar las clases sociales, por lo que el escritor francés André Malraux la llamó “Ciudad de la Esperanza”. En la realidad, el balance de la aventura de crear Brasilia ha dejado lecciones y reflexiones importantes.
Por un lado, los primeros habitantes de Brasilia no resultaron siendo los funcionarios para quienes estuvo pensada, sino para los propios obreros que la construyeron. El Plan Piloto consideraba dos ejes, el Eje Monumental (eje Y) y el Eje Residencial (eje X) con sectores rígidos: Comercial y Bancario, Hotelero y Cultural. En una era donde la modernidad se entendía como vehículos propios para todos, la capital se hizo descartando al peatón, con carreteras sin cruces ni semáforos. Esto creó un problema de movilidad por la ausencia de transporte público.
La intención de controlar el crecimiento de la urbe también fue desbordada por la realidad: hoy la población del Plano Piloto, la capital original, es solo el 7.3% del total del Distrito Federal. El resto vive en las llamadas “ciudades satélite”, las extensiones del Plano y 33 regiones administrativas. Asimismo, con la designación de Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad de la UNESCO, Brasilia se convirtió en un símbolo arquitectónico, pero ahora tampoco puede ser adaptada a los nuevos tiempos y sus críticos afirman que es menos ciudad y más un monumento histórico.
“La propia construcción de Brasilia ya sería, en términos puramente logísticos, algo de lo que enorgullecerse”, dice el embajador Baena. “Al fin y al cabo, fue una de las obras de arquitectura, ingeniería y urbanismo más ambiciosas del siglo XX. Para quienes ven la Brasilia actual, vibrante, desarrollada y con casi tres millones de habitantes, es difícil imaginar que hace 70 años no había allí nada más que naturaleza. Fue un esfuerzo inmenso construir en solo cinco años una nueva capital en el corazón del continente”.
Para Dam, que 65 años después Brasilia siga en pie debe llevar a preguntarnos qué es lo que le da vitalidad. “Si la vitalidad se la dan esos edificios excepcionales de Costa y Niemeyer, o si la vitalidad se la da un sustrato simbólico, emocional, emotivo, de una capital que se construyó desde cero, o si esa vitalidad se la dan esa enorme cantidad de ciudades que se fueron sumando alrededor, pequeños barrios que se fueron sumando dentro y que, finalmente, se convierten en una parte importante de la identidad de una ciudad que está viva”.
Ya lo dijo el propio Oscar Niemeyer: “La vida es más importante que la arquitectura”.